LA CASI MULTIMILLONARIA, Xavier Valcárcel de Jesús
Xavier Valcárcel (San Juan, Puerto Rico, 1985) es escritor, artista visual y gestor cultural. Es autor de ocho poemarios, entre ellos El deber del pan, Fe de calendario, Helio y Quise beber morir soñando. En 2019 publicó la crónica personal Aterrizar no es regreso. En 2025 publicará su primera novela, Los nidos. Parte de su trabajo ha sido publicado en diversas antologías y revistas a nivel local e internacional y ha sido traducido al inglés, portugués, sueco y alemán. En 2021 fue ganador de la beca Letras Boricuas.
La casi multimillonaria
La primera vez que vi llorar a Yoli, desde la muerte de su papá, fue el jueves pasado, cuando vio a un hombre ahogado en lágrimas en la televisión. De repente explotó en un llanto hondo, descontrolada, y no supe qué hacer. Hacía tiempo que Yoli no caía en una crisis.
—Golda, ¿qué te pasa?—, le pregunté. Le digo «Golda» de cariño; sobre todo cuando la ansiedad la tranca y deja de pensar.
Las cosas habían mejorado bastante últimamente. Parecía menos preocupada desde que conseguí el trabajo en la gasolinera; sobre todo en este último mes, que he estado haciendo dobles turnos y aportando finalmente más dinero. Incluso, tras el ciclo de terapias semanales, su ansiedad se calmó. Parecía más risueña, más tranquila y centrada y había vuelto a descansar. La verdad es que, creo, le hizo bien escuchar a Rodríguez, el psicólogo, decir que debía parar de victimizarse; que dejara de sobreprotejerme; que soy una mujer adulta y hábil y no una niña ni una hija a su cuidado.
Tanto internalizó lo que aprendió con Rodríguez que se tatuó en un antebrazo la cita en cursiva que él le regaló en una cajita: “No maldigas la oscuridad. Prende una vela”.
Por eso, al ver su reacción ante el televisor, le pregunté si conocía al hombre, que dijeron se llamaba Cruz Manuel Tañón. Me pareció la única explicación para que se rompiera así, tan tanto.
Pensé por un momento que el hombre le había recordado a su papá. Pero no se parecían. El difunto Geño era mayor, menos huesudo cadavérico y menos ojeroso. Además, Don Geño era un tipo brillante; seriote, de gestos fuertes, medio parco. Tenía muchísimo más orgullo y dignidad que aquel hombre. Al difunto nunca se le vio llorar en público, por ejemplo.
Claro, después pensé que quizás no era tanto el parecido, sino el hecho de que estuviéramos viendo Noticentro, porque Geño odiaba Noticentro. Decía que los reporteros del 4 son de lo peor; «sensacionalistas que aprovechan el dolor ajeno. Y vividores», repetía, con la misma fogosidad con la que arremetía contra los corruptos y corruptas que llevaron a la quiebra este país. —Golda, cuéntame. En serio, ¿qué te pasa?—, repetí.
Me miró de reojo. Apretó las mandíbulas y se recostó del filo de la pared de la sala, todavía en camisilla de dormir y pantalón corto. Luego, sin quitar la vista del televisor, se sentó en el sofá.
Yoli me había dicho desde antes que iba a faltar ese día al trabajo. No dijo por qué. Pensé que me tenía una sorpresa porque me pidió que faltara también.
Mientras tanto, el hombre, Cruz Manuel Tañón, seguía allí, en directo.
Insistía en que había ganado, que continuaría amarrado al portón de entrada al edificio hasta que le entregaran su legítimo premio.
Miré a Yoli. Muchas veces la he escuchado hablando por teléfono de casos específicos y protocolos internos. Trabaja en la Lotería, así que pregunté qué procedía en ese caso. Pero no contestó.
El camarógrafo enfocaba las lágrimas del hombre, la nariz moqueaba, su mujer le secaba la frente y el borde de los ojos con un pañuelo negro, y lo consolaba a palmaditas, dándole sobos circulares en la espalda. Por segundos miraba a la cámara afligida pero atenta, maquillada, el pelo pintado de un rojo casi cobre, bien peinada, la barbilla en alto, confiada en que la transmisión movería cielo y tierra.
«La casi multimillonaria», pensé.
La reportera había retrocedido poco antes.
—Según se nos informó, personal de la Policía de Puerto Rico y de la Defensa Civil ya viene en camino. Así que nosotros nos mantendremos apostados acá y brindaremos más detalles, en nuestra próxima edición, de todo lo que acontezca. Por lo pronto, daremos justo espacio a esta familia, que está ejerciendo su derecho a protestar... Sabemos que la situación es delicada y que atraviesan por un, ehhh, duro momento…
La consternación de la reportera me pareció patética. Cruz Manuel Tañón seguía allí, en el noticiero de la mañana, llorando como un niño por haber perdido la posibilidad de ganar ocho millones, el premio especial que le correspondía. A su lado, la esposa levantó un cartel que leía «Justicia para Cruz Manuel Tañón» sobre un signo de dólar dibujado a marcador. Segundos antes, la señora también mostró a la cámara el billete ganador.
—Bueno, ya. Se acabó, —dije, alcé el control remoto y apagué el televisor. —Vente a desayunar—, añadí.
Me senté y bebí café, mirándola. Me frustró lo que veía. De pronto Yoli había vuelto a ser aquel perfil de mujer deprimida. La cabeza rapada, llena de canas. Las manos temblorosas. Los brazos rollizos donde acumuló las libras que aumentó el último mes.
El plato de revoltillo con jamón y queso suizo humeaba. La mantequilla resbalosa en las tostadas. Vi al perro correr para treparse en el sofá. Entonces Yoli me miró. Levantó una mano señalando el vacío de la pantalla del televisor. Guardó silencio un momento para después soltar aquello.
—¿Tú viste el billete, verdad?—, preguntó, algo histérica. Se levantó, fue a la gaveta de la cocina y regresó a dejar junto a mi plato otro billete igual.
Miré el número. Era el mismísimo 42660; su fecha de nacimiento además.
—¡Ocho millones, Beba! ¿Qué carajos puedo hacer sino llorar como una pendeja?—, preguntó. Su cara estaba hinchada, sus ojos llenos de rabia. —Con ocho millones renunciaría pal carajo. Saldríamos de to esto Beba… No tendrías que trabajar… ¡Te llevaría a viajar el fucking mundo entero! Con eso nos compramos una casita en Rincón con vista al mar, con un aire acondicionado central que enfríe bien cabrón y un terreno lleno de árboles, pa que Brownie corra y cague y mee y haga lo que le de la puta gana. ¡Pal carajo esta urbanización de mierda! Pal carajo los vecinos. ¡Pal carajo Carolina! ¿Te imaginas tú y yo en Grecia? Nos vamos a España y después a Brasil y a México, o a Perú… Saldamos las deudas, el Yaris, te compro la guagua esa que quieres: la Range Rover blanco perla… Nos iríamos de compra, ropa nueva Beba, que se joda… Mucho zapatito lindo, un Rolex bien cabrón pa mí… ¡Te juro que boto cuanto trapo y porquería tengo! Lo compro to nuevo. ¿Te imaginas? Tú y yo comiendo rico, bebiendo, jodiendo por ahí como nos merecemos Beba.
Se me aguaron los ojos.
—Fue hace ocho meses, —dijo. —¿Tú te acuerdas de la semana aquella que los muchachos del 6 faltaron supuestamente por COVID después de la reclasificación y Silva me mandó pa Imprenta a cubrir línea? Pues, ahjá, fue cuando se imprimieron esos billetes. Yo los vi Beba. Más na te voy a decir… Fue el martes de esa semana. Los de Quality Control detuvieron la línea por un error de impresión en las fechas. Así que imaginarás el corre y corre. La alarma sonó. Los biombos prendieron. Seguido nos dijeron que habían confiscado el lote entero, que había que retirarlo a Bóveda, incluido to el papel de seguridad de ese sorteo. La cosa es que no sé cómo carajos pasó, bueno sí sé, pero quedaron dos billetes de esos en mi unidad. Y no voy a entrar en detalles. Pero me pasó la vida entera por el frente Beba... Tú sabes más que nadie que estoy harta de trabajar y que estoy cansá, chica. Bien cansá... Trabajar pa pagar, pagar pa uno no avanzar y uno toda la vida en esas. O sea, ¡piensa en papi! —Entonces volvió a señalar el vacío en el televisor. —A papi se le fue la vida entera en una oficinita del Departamento, llena de hongos y de un chorro de mediocres y politiqueros… ¿Y él jodiéndose pa qué? ¿Pa qué? Dime. Toda la vida cobrando una miseria, pasando peripecias pa que la casa no se le cayera encima… Que si el agua, que si la luz, el teléfono, la compra, las cosas de mami porque él no quiso que ella trabajara. ¡Y encima las cosas de nosotras tres! Que si la escuela, las meriendas, los libros, los lloriqueos cada vez que había antojos de muñecas, de dulces, mantecado y cine y mierdas… Ahhh y después fueron los quinceañeros de mis dos hermanas, los grados asociados, los préstamos en Island Finance, la división cuando mami le pidió el divorcio... ¡Además toda la vida pagándole una fucking casa a otro! Porque mira que papi quiso comprar casa… Pero la tuvo difícil. ¡Este país está bien cabrón de difícil, Beba, tú lo sabes! O sea, al final papi se murió y ¿qué dejó, ah? ¿Qué dejó? ¡Deudas! ¡Deu-das! Y bueno, cuento largo corto, me la jugué fría... En la máquina de mi unidad quedaron pillados los últimos dos. Yo rápido corrí y entregué uno. "Veintiséis años en la agencia", le dije al supervisor de impresión, "y sigo siendo honesta, ¿viste?". Y el supervisor abrió los ojos y movió su cabeza de huevo, agradeciéndome, sabiendo que lo había salvado de un lío. Le entregó el billete a la directora de impresión, que me miró por arriba de los espejuelitos conmovida, e hicieron un reporte que me tocó firmar, ”según el protocolo de Situaciones Condicionales que estipula el Manual de Procedimiento del Área de Impresión de Billetes, bajo la sección 5.6, reglas G y H.a, y la sección 5.7”. Silva bajó poco después, más contento que un perro con dos rabos. Me felicitó y luego presumió frente a todos que soy empleada de su departamento. "Vivo ejemplo de un servidor público", dijo de mí, antes de pedir un aplauso. De hecho, por entregar aquel billete, no tuve que someterme al cateo que le hicieron a los otros 17 operadores de unidades que estuvieron en la línea. Al parecer todo cuadró y todo quedó en paz después que completaron la “Certificación de Destrucción del Papel de Seguridad L-06-29”.
Obvio que dejé de comer. Yoli se arriesgó para sacarnos de una situación precaria por la que he estado doblando turnos, trabajando en una mierda de gasolinera en la que cada noche temo que me asaltarán, limitando las salidas a comer y a beber, entregándole mi cheque entero con tal de ayudarle a pagar las deudas que, hasta yo, heredé de su papá. Y me molesté por su misión, por lo atrevida y ciega, por tomarse un riesgo cabrón y estúpido que me puso en peligro a mí.
—O sea, ¿tú me estás diciendo que el billete que tiene el hombre ese es el billete que entregaste a tu supervisor?
—¡Pues debe ser! Pero no sé. Entregué aquel pa que solo hubiese uno en la calle.
—¿Y cuál era tu plan, Golda? ¿Reclamarlo? ¿Tú siendo empleada de la lotería?
—No, Beba, jamás. ¿Estás loca? Yo no puedo... Tenías que ir tú.
Tragué y la miré directo a los ojos.
—¿Y por qué lloras? ¿Se puede saber?
—¡Porque se supone que el premio no se dividiría! Se supone que el único premio fuese nuestro.
—Golda… —Ablandé el tono tragándome el encabronamiento.
—¿Qué?
—No van a pagar el premio... ¿No entiendes?
—No, no. ¡Quien no entiende eres tú!
—Golda…
—¡Golda nada! No me jodas, Beba… Tú no entiendes. ¡Me arriesgué! Ocho millones.
—Los billetes tenían un error de impresión…
—¿Tú te imaginas cuánto haríamos con ocho millones?
—¡Este año no hay 29 de febrero, Yolanda!
Grité tratando de que entrara en razón. Era absurdo. Tan absurdo como el hecho de que el Cruz Manuel Tañón ese, encadenado a la entrada principal de las oficinas centrales de la Lotería de Puerto Rico, llorara delante de la cámara junto a su esposa, reclamando que se le honrara un premio multimillonario por un error de impresión.
La Sub-Secretaria auxiliar de la agencia ya había dado declaraciones oficiales: —La entrega de ese premio no procede. Lo repito. Y voy a ser bien clara con esto: la entrega de cualquier premio al billete numerado 42660, bajo el sorteo A 074, no procede. Este año no es bisiesto. Y aún así, si este fuese el caso, el ciudadano encadenado aquí está reclamando el premio un día después de la fecha de vencimiento impresa. Hoy es 1 de marzo señoras y señores. O sea, cuando usted compre billetes, mire la fecha bien. Tiene 180 días para reclamar. Si usted quiere ser millonario, cerciórese primero. ¡Además no espere al último día, por el amor a Dios!
En esa toma de cámara, Cruz Manuel podía verse al fondo. Su esposa dándole agua de una botella.
De hecho, la Sub-Secretaria auxiliar, guapísima ella, le arrebató el micrófono de las manos a la reportera. —Y quiero añadir algo... Se supone que el billete no estuviese en la calle ni que el número del billete estuviese en el sorteo…. A tono con esto, dejo claro, bien claro, que iniciamos una pesquisa criminal en colaboración con las agencias federales, quienes ya pusieron a nuestra disposición todos sus recursos para dar con el o los responsables de este incidente… Lo sentimos mucho por Cruz Manuel, sin dudas, uno se pone en su lugar y entiende la ilusión, pero es un incidente que no debió salir del núcleo interno de nuestra agencia. Es decir, sabemos ya que fue un trabajo desde adentro.
—¡Hubiéramos sido multimillonarias, Beba! —Habló llorando.
Yo me mordí los labios. Miré el celular, las llaves, respiré hondo. Por suerte no me imaginé en Grecia ni en España, ni en Brasil, ni en México ni en Perú. No me hice la película guiando mi Range Rover blanco perla, ni bien vestida, ni con zapatos lindos, con ella a mi lado con su Rolex de diamantes en ruta a comer y a beber y a joder como de veras nos merecemos. La imaginé esposada, eso sí, con la cabeza gacha, en otra crisis, en medio de un cerco de los vecinos de la urbanización. Pude ver al camarógrafo de Noticentro enfocándole las lágrimas, el pelo rapado, el tatuaje con la cita en cursiva que le regaló Rodríguez, sus libras ganadas bajo la camisilla de dormir y el pantalón corto. La imaginé en aquello, destruida. Y justo ahí me salió del corazón decirle:
—Mira golda, tú tranquila. Recuerda el tatuaje. Yo quemo el billete, ¿sí?, no te preocupes. Mejor vístete, ponte el uniforme y vete a trabajar. Ellos saben que entregaste un billete. Hiciste bien. Saben que eres honesta... Tú eres tremenda servidora, Beba... O sea, de verdad. Vete tranquila. Hablamos con calma mañana en la mañana. Yo friego esto ya mismo, le doy comida al perro y me preparo.
Yoli me miró seca, como quien se fija cuando otro toma la delantera y el control.
—Iré a trabajar. Haré doble turno.