Cinco poemas láser de Samuel Medina

...estos cinco poemas láser se retiran sin abandonar lo material. De hecho, ese retiro hace que sólo quede lo material, que sólo quede lo anecdótico. Es casi como si Samuel quisiera hacer poesía sin la poesía, como si extrajera el material primo y lo dejara ahí, expuesto.
— Los editores

Samuel Medina (1985) es poeta. Autor de Sushi (2009) y Láser (2016). 
Es fundador de Libros AC.

Mucho embuste y cuento

Mi abuelo de parte de madre
fue barbero toda su vida
y, por consecuencia,
las peleas en la escuela
se las debo enteras
a sus años de barbería:
los sillones, las navajas,
los espejos.

Los noventa en Villa Carolina
vía Campo Rico y Monserrate
ya son idea distante.

A mi tía el techo se le caía encima,
y la iglesia y las mujeres
vivían hogareñas en su cabeza.

Y su esposo
Junior, de Carmelo, 
tras mi abuelo,
cerca de la vieja barbería,
por la Pontezuela,
años después,
murió con la frente
y la diabetes
pegadas en el volante.

Y en el funeral de mi tío
estuve ausente.

Pero su peine lo recuerdo,
Isla Verde y Guaynabo como diciendo: 

Samuel,
quien hijo de madre,
Zoraida,
quien hija de barbero,
Carmelo,
quien grifo, mezcla, negro.

El movimiento del concreto

Chica, 
te cuento
que hasta ayer
no me había regresado
la voz, te lo juro.
Santo Domingo
me ha hecho un mal terrible;
las librerías en la Lincoln,
un hueco en el corazón. 

Pero hoy hay party
en Ciencias Médicas,
que es lo mismo que decir:
habrá fuego en los Paseos
y no me acuerdo
de la dirección. 

La guardia me está insistiendo
con el número de casa,
el nombre de la calle,
el apellido de los residentes,
mi nombre, mi apellido
y este dolor con el que llevo
años en el esternón.  

Sí, todavía sigo en la isla
y los edificios me rodean
como la 27 de febrero
de camino al avión. 

Entiende,
ya los taxistas
no se saben
las esquinas
de recuerdo
y en el Hospital Pavía
invirtieron cerca de treinta
en unidades de trauma,
lo que demuestra
lo poco que he crecido
mientras otros se han ido
a vivir a Texas; Nena, tan lejos
los bloques de memoria
entre Dorado y Bayamón,
tu mirada bajo el Sol.

Metonimia

No estoy contigo en Santurce
ni en los fallos en el concreto
que lo componen.

No estoy contigo en Santurce,
en esta espera de ciudad:
fuego tibio, fijo e inmóvil.

No estoy contigo en Santurce,
donde San Mateo ya no nos acompaña
y Gallego y El último de los congueros
se quedaron en Puerto Nuevo
y no han vuelto de regreso;
donde según el Censo, las cifras
y nuestros números languidecen,
y las caídas, como las riquezas,
ya no se distinguen tan fácilmente.

No estoy contigo en Santurce,
donde todo en carro,
desde Sagrado hasta Miramar,
o se alquila o se vende;
y las mujeres y los hombres
son lo mismo.

No estoy contigo en Santurce,
pero cuentan que las muertes
pueden ser más dignas
con tan sólo un beso,
y a la vez no serlo.

No estoy contigo en Santurce,
pero las salidas en el Minillas
todavía escasamente prevalecen,
y los cuerpos de agua nos rodean lo suficiente
como para confundir los caños de las bahías,
y las noches las cambiaría por el viento
y las luces por el silencio
y las sombras por el eco.

No estoy contigo en Santurce,
donde cada día se me olvida tu nombre
y San Francisco tampoco nos acompaña,
ni el Pacífico, ni la memoria,
ni tus manos, ni lo extraño
en decir que no recuerdo tu nombre:
Luz, Piedad, Paz, Victoria,
ninguna llevo en la mente;
y San Jorge tampoco nos acompaña
y Cangrejos huye y los policías
todavía buscan excusas en demasía
para detenernos por la dieciocho
mientras salimos del Metro
hacia Condado y de regreso
al distrito por los Dos Hermanos;
y ahora el amor es un puente,
y la memoria, la travesía,
y así el mundo se nos hace claro,
pero no estoy contigo en Santurce.

1510 Ponce de León

En busca de más lata,
nos fuimos en carro,
juntos, en dirección
hacia la Calle Progreso:

Este Sol a la verdad
está que arde, Samuel.

Tanto libro que existe.

Y ni una sola nube,
ni tan siquiera una nubecita.

Yo no sé qué te ha dado a ti
con todo esto.

Si yo fuese tú, me conseguiría
un buen tronco de mujer.

Mira que los años
y la vista
no regresan.

A menos que alguna
te haya vuelto loco.

Como las bibliotecas.

Porque mira que hay algunas
que reprenden como el diablo.

Escucha lo que te digo:
yo tú, con tu edad,
¡ay, Santo!

Me las leería enteras.

Pero créeme lo que
te voy a decir.

Ya la gente en Santurce
viene hablando.

Y te lo juro por mi Madre Bendita,
o mi nombre no es Elbio,
que esta nena sí que
nos va a quedar
bien linda.

La Calle Bellísima

Aquí y ahora,
en la Calle Bellísima,
crecemos juntos.

Jota busca
cervezas frías
en la hielera.

Erre agarra
el último cigarrillo
por la boca.

El perro
de Jota
ladra.

El pelo
de Erre
escabulle.

Aquí y ahora,
en la Calle Bellísima,
crecemos juntos.