nota de los editores al #8

Por pura casualidad, inauguramos el año y el número con un poema sobre un primero de enero, de Yarisa Colón Torres. En ese "[a]ño nuevo 2015, versión 2023", "abunda / incertidumbre", y, como en este, "hemos llegado temprano a la injusticia". Colón Torres versa, de cierto modo, sobre los fracasos personales: dice, por ejemplo, "alguna vez te dije / crearemos un nuevo calendario", pero reconoce que "jamás actuaré lo suficiente / mente / bien / estar es la criatura que vive del unicornio". Y ahí hay mucho. Sin embargo, cuando, casi al cerrar poema insiste en que, del mismo modo que madrugamos la injusticia, desafortunadamente "hemos llegado tarde / a la ternura...", los editores no podemos dejar de pensar en el momento presente, en el que aún rabia la guerra que recién comenzaba cuando publicamos nuestro número anterior, en octubre, y que hoy se ha intensificado y se quiere genocida. La poesía es el único lenguaje de lo profético. Yarisa nos lo recuerda. El 2024 ha llegado temprano a la injusticia y tarde a la ternura.

Los otros dos poemas de Colón Torres que acompañan a ese lo contradicen. Son poemas colmados de ternura. Ternura para el mundo por más duro que sea, pero también para sí. Sirven casi como una ética para el año nuevo. "Salir de nuevo" afirma:

si hay que irse de mí  / misma salvar la vista de / mis ojos que sea un lunes  / bien temprano / en esta sala llena de  / plantas que sean ellas las  / testigos de la carnicería a  / cuestas

En Caparazón que nació en El Bronx concluye:

 óyelo  / es bonito  / son dignas las batallas  / desde acá 

Tal vez esos versos le vendrían bien a las personajes que pueblan el relato de Lorena Franco. En "Del huerto una cicatriz", una mujer sufre de un dolencia tan mala que la atormenta y, ante esta, la narradora, la asistente de un otorrinolaringólogo, se descubre incapaz de ofrecer alivio, solaz, o acompañamiento alguno. Las herramientas que tiene a la mano se revelan excesivamente burocráticas: buscan medir, comparar, categorizar el sufrimiento. Y ante el dolor verdadero, toda medición se revela falaz. Después de todo, en palabras de la doliente, "¿Y qué es la tolerancia, sino la resistencia a la continua exposición?"

Ricardo Piglia decía que todo cuento nos ofrece dos historias, la narrada y la secreta. Franco nos ha contado esta, pero la otra, la secreta, solo se sugiere de pasada en el inicio. ¿Qué lleva a la narradora a recordar a aquella artista del dolor en el preciso momento en que lo hace? Nos dice que ocurre en un momento tras el "empeoramiento" de la crisis,  ya cuando inclusive el otorrinolaringólogo ha vendido los cuadros de su madre, los que alguna vez adornaron su oficina. Pero no dice nada de su situación. Uno quiere preguntarle, preguntarse, ¿por qué recordar e insistir en el dolor? Pero cualquier respuesta es mera especulación. Lo que sí sabemos, sin duda, es que la amarilis es la clave, el índice.

Todas las teorías del cuento son provisionales, y para abordar "Transfiguración en la Calle Georgetti bajo el influjo de la luna" de Juan Carlos Quiñones (aka Bruno Soreno), Piglia sobra, porque el relato mismo es el secreto. La transfiguración titular, que también encontramos en la amarilis de Lorena Franco, aquí toma el proscenio y no se achicopala. Donde la ternura y los límites de la empatía son las trincheras de los textos de Yarisa Colón Torres y Franco, en este lo es la frialdad de la violencia y la venganza. Hay lugares en los que el imperativo empático se agota, y priman categorías más oscuras, moralidades animales. Es en esos lugares donde reside gran parte de la ficción de Juan Carlos Quiñones. Y no solo lo decimos por el cuento que cuenta "Transfiguración", sino porque la misma voz que lo narra, que lo escribe, se ofrece de testigo porque alguien ha de hacerlo, y se disfruta el juicio y sentencia que leemos, y admira la proeza de la protagonista Denise, secreto ecuánime de la noche.

Los siete poemas de Ivelisse Álvarez nos arrancan del interior del cuento y del poema y nos atoran en la escena de escritura. En ellos no se borra (o parecería no borrarse) la mano de quien escribe. Tampoco (podría decirse) se transfigura la experiencia para hacerse expresión. La de Álvarez es una poética a la que no le molesta dejar ver las costuras. Estos poemas bien podrían leerse como apuntes, relatos, reflexiones, y ahí la polisemia de sus versos. Leyéndolos, sentimos que invadimos un espacio íntimo, que miramos por sobre su hombro a lo que se anota en un diario. Y justo es en esa sensación que se halla algo de la maestría irónica de Álvarez, que logra tejerse confesional al mismo tiempo que critica la manera en la que lo confesional puede ser trampa. Es ese filo lo que nos gusta de estos poemas, que expresan, im-presan, y, a la vez, desarman mitos, figuras y las contradicciones del yo.

Entre Yarisa, Lorena, Juan Carlos e Ivelisse creemos que hemos armado un gran número. Las imágenes que los sumergen en un mundo de arena son de Jean Wimmerlin, Max Murauer y Phillip Klausner, y las distribuye Unplash.

Cerremos esta nota con un verso de Ivelisse, que también se presta como filosofía práctica para un primero de enero:

obligatorios son estos desencuentros, felices los equívocos.

Como siempre, les agradecemos la lectura, y esperamos que disfruten estos cuatro textos tan distintos entre sí, pero tan hermanados en el horizonte del presente.

 

Juanluís y Sergio
1 de enero del 2024