nota de los editores
La pequeña siempre llega tarde. A los editores nos gusta pensar esta situación anacrónica como una toma de posición. Una forma de ocupar el tiempo y el espacio de una manera que, para nosotros, podría llegar hasta ser ética. Se trata, por supuesto, de una posición que, como todas, comienza como un gesto accidental. Juanluis monta la mitad de la revista y le dice a Sergio que haga su parte, y Sergio pichea porque está ocupado en el trabajo. Sergio le dice a Juanluis que le envíe su comentario de los textos, y Juanluis dice que lo hará cuando llegue a casa y termina olvidándolo. Sin embargo, eventualmente la cosa hace click y de repente están los dos metiéndole y habemus revista montada.
Como siempre, estamos pompiados con este último número. Al igual que los anteriores, creemos que los tres textos que aquí incluimos son excelentes. A diferencia de los anteriores, decidimos invitar a dos autores que no son de la isla pero con los que coincidimos en distintos lugares. Con Antonio Herrada, poeta, Juanluis tejió amistad en Cuba durante una actividad de Casa de las Américas la semana en la que el Huracán María hizo trizas con la isla. Con Lolita Copacabana, narradora, Sergio coincidió en la lista Bogotá29-2017, por lo que janguearon un rato en el Hay Festival en Cartagena y en Bogotá durante los primeros días de este año que ahora culmina. A ambos los leímos con mucho gusto y cuando hablábamos de a quién incluir, Juanluís le insistió a Sergio que leyera a Herrada, y Sergio le insistió a él que leyera a Copacabana, y colorín colorado armamos un número imaginario que sólo se concretizó cuando ellos accedieron a participar. Justo en esos días, Juanluis terminaba de leer Luz Negra del poeta jedi Noel Luna e insistió que lo contactáramos. Si decía que sí, nos guillaríamos de haber armado un número de lujo. Y dijo que sí, así que aquí estamos. Eah diablo, qué aguacero.
Entonces, ¿qué le decimos de los autores aquí incluidos?
De los cinco poemas de Antonio Herrada podemos informar que pertenecen a su último libro Plantas invasoras (2017). Como anuncia este título, en los textos que incluimos la voz que se nos ofrece es una que se lanza a la historia de la botánica no ya para entender la manera en la que las raíces se ciñen a la tierra, sino para enfrentarse al descubrimiento de que la naturaleza que vemos por doquier es una que contiene la semilla del desarraigo. A diferencia de muchos poetas, Herrada no halla en el tronco del roble ni certeza ni estabilidad, sino un recordatorio de la contingencia radical que condiciona la existencia tanto vegetal como humana.
Podríamos decir que “Marranadas” de Lolita Copacabana también se enfrenta al mundo natural, pero sólo en tanto a que la protagonista, L.L, vegeta en el sentido verbal. Descansando al costado de una piscina, tomándose una limonada con menta y jengibre, sus hijos ocupados en quién-sabe-qué, niñera incluida, su marido distraído, L.L reconoce el lujo y la comodidad de su situación pero, como quiera, en el horizonte de sus disquisiciones distraídas, se asoma ese inquieto, tenaz y veloz tranvía llamado deseo. Los editores no sabemos si “desear” sea un verbo demasiado activo para L.L, pero es cierto que una presencia (o tal vez lo contrario, una ausencia) asedia la maravillosa pereza que se nos narra aquí y amenaza esa fantasía de un receso perfecto, de una paz realmente inoperante. Cuando leímos el texto por primera vez, los editores nos imaginamos que la estampa narrada sería lo que le pasaría a la primera escena de La ciénaga de Lucrecia Martel si Miranda July y Tao Lin hubieran escrito el guión.
Para terminar, pasamos a Noel Luna. Cabe mencionar que la suya es una poesía excéntrica en tanto siempre nos ha parecido que logra una extrañísima hazaña cuántica: leerse tanto como una serie de versos de otra época, de otro lugar—versos que te llegan en traducción, recomendados por una amiga de gustos eclécticos—y, al mismo tiempo y en el mismo poema, como una expresión de profunda contemporaneidad—abres el libro y lees y dices “sí, es así mismito”—.
Los editores de esta revista recordamos haber aprendido, en nuestros años universitarios, del potencial del soneto leyendo a Luna, o de la fuerza de la poesía susurrada en Selene y Música de cámara. En estos libros anteriores, y en los cinco poemas que incluimos aquí, pertenecientes a su más reciente proyecto (La poesía completa de N.L Rodríguez), el lector atestigua una poesía que (se) piensa, que emprende contra la situación terrenal del poema (en “Ceremonial” dice, por ejemplo: Una vez más estar en cualquier hora / y redactar un trozo del Poema / para descubrir que su cuerpo / no aplaca la pregunta ni la ausencia. / Se trazan unas línea contra el tiempo. / Se escriben unos versos / que no han podido hablar sino de sí) sin por ello abandonar el sigiloso rumor que nos recuerda que seguimos habitando un presente que, a pesar de sus arrebatos, no puede sino ser romántico.
Cerramos esta nota finalmente invitándolos a la lectura, y agradeciendo a Stephanie Silva, la fotógrafa extraordinaria que nos proveyó las increíbles imágenes que hacen que la tardanza ontológica de La pequeña sea, como mínimo, agradable.