Cuatro poemas de Elidio La Torre Lagares
SANTURCESUTRA
somos los incomprendidos, los subestimados
los fronterizos que llevamos muertos a pasos
para adoquinar la fatiga (el futuro una vez
estuvo en nuestras manos, hasta que nos salieron
cayos de sostener tanta nada)— y nos dijeron
que no había cabida, que la casa estaba llena
y nos dejaron sin techo para cobijar la
esperanza por ser unos locos, ser tan locas,
(Manuel Ramos Otero, exiliado y sin irse, se
venía en sus rostros, con la horrible ternura del
amor no correspondido pariendo fantasmas
rosados y malcriados) mientras tragábamos
la leche y el herrumbre de la patria avejentada
y en sotana— somos la constancia, la carencia:
los que esperaban el mañana todos los días
en camisetas del Che, entre humo, cervezas,
y conversaciones truncas sobre Sartre y Camus,
comiendo humus isleño y deshojando pretextos—
somos la palabra inmóvil como barro seco,
entre sombras de baba dormida en convenios con
la patria inventada— somos los versos perdidos
de un poema, somos la cizaña que estropeó el
trigo y llevamos la mirada agotada por el
horizonte enrojecido que se desgasta en cada
aliento venido a menos— somos la posibilidad
negada, la antología censurada, mitad
del gusano que se queda en la guayaba— somos los hijos
deformes de la oscuridad, la polifonía nominal
del interior silenciado que paseamos por la Ponce de León,
-allí estaba José María Lima, peregrinando con boca amarga,
alucinándonos, y nos preguntaba «¿Por dónde anda mi nombre?»-
esquinando duro con incertidumbre narcótica—
somos sombras muertas y grises que lamen grafitis
y orinan el aserrín de la promesa podrida—
somos cosas viejas profanadas y maltrechas de juventud
somos así, llenos de ambigüedades, amplios
e incompletos, discontinuos y defectuosos:
y conocemos este sutra porque sabemos
que es así, porque llevamos la legaña del
desvelo, faltos de amor, promiscuos en la igualdad
y en la forja del sueño mirando atardeceres
derretirse en Santurce entre los esqueletos
del país que nunca fuimos
guaguancó de la casa demolida
una vez. después, el deterioro. detengo
el camino en el pueblo de algún día. loco-loco
pero tranquilo. azul sobre azul. el cielo
tímido. la casa en que una vez viví.
la aplanadora demuele la madera y ahoga
ese algo extraño encerrado en una melodía
de Roberto Roena que asciende en su vaho
iluminador por la memoria. mi padre me toma
de la mano. el silencio es criminal.
la ausencia crece y lastima. un ave que cae
de muerte en pleno vuelo. perdido
como un guaguancó del adiós, en mi vida
ya no habrá reparos. pero no lo sé aún.
la casa desaparece. como yo
Elidio La Torre Lagares (1965) es poeta, narrador, ensayista, entre muchas otras cosas. Sus más recientes libros son la novela Correr tras el viento (2011), y los poemarios Vicios de construcción (2008) y Ensayo de vuelo (2012).
el capitalismo del desamor
acabas el café y te apresuras a nada
como si no hubiese vida antes o después,
hoy cuando los pájaros han amanecido
espléndidos y su canto de vidrio
te llena en una sordera acaparadora
como el deseo, justo en la ironía de recibir
325 felicitaciones de cumpleaños y ningún
abrazo, y sientes que quisieras llamarte
a ti mismo diez años atrás, tal vez,
cuando la costumbre carecía el usufructo
habitual de las palabras que no callabas
porque decían algo, aunque no te entendías
del todo, hasta que te quedaste sin voz,
quiebra o afonía que solo la mesa entiende,
porque escucha tu silencio en migajas
dispersas por la eternidad que empalidece
en la lesa manera que aprendes a olvidar
como si flotaras en el aire, hasta que comienzas
a olvidar cómo olvidar y las cuentas del desecho
parecen solo acumulación, y así entiendes
que los desamores son capitalistas:
se pagan con más de lo que cuestan
Las pérdidas desestimadas
las pérdidas se cansan del cuerpo
-Juan Gelman
creo perderme a tientas en la idea
de que vuelo en sueños. ciego
como un murciélago por un cielo
inocuo. me confunde la cercanía simétrica
entre tiempo y poema. yace la materia
combustible que detona presagios
como cortaduras de papel que arden
en lo posible y lo constante. hace sombras
en mis sueños siempre escribo
el mismo poema. un bodegón atrincherado
en la oscuridad de mis alas. dos fósiles taciturnos
como el despecho tardío que amasa la memorias
hasta que caigo aparatoso en la imagen sonora
de mi corazón vacío. la soledad de una ciudad desleída,
o un cuerpo hablado pero nunca dicho
al despertar, siempre llueve. la muerte me enamora
y cualquier otro desvelo es una verdad que tiembla
en huesos ante el espejo. naufrago infalible
mientras me miro en el letargo del agua. lamo
la mano del deseo. el error es enteramente mío
y las pérdidas, al cansarse del cuerpo, se sueñan en poema