5 poemas de Cindy Jiménez-Vera

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Los poemas de Cindy miran de frente—y nombran—lo duro de la vida a la vez que insisten en la imaginación como mapa y coreografía.
— Los editores

Cindy Jiménez-Vera (San Sebastián del Pepino, 1978) es autora de varios libros. Entre los más recientes, se encuentran No lugar (2017),  al cual pertenecen estos textos; Islandia (2015),  el libro de crónicas En San Sebastián, su pueblo y el mío (2014), y el libro infantil, El gran cheeseburger y otros poemas con dientes (2015). Es bibliotecaria y Directora Creativa de Ediciones Aguadulce.

El hijo imaginario

Tengo un hijo
que no parí
—nunca he parido a nadie—
pero es mi hijo.
Todas las mañanas
se me acerca,
me besa, me abraza,
me pide la bendición
—aun sabiendo que no creo en dioses—
pero es mi hijo.
Nunca le di de comer,
ni lo vestí.
De hecho,
quiero convencerlo
de quitarse la medalla de San Benito
del rosario que se empeña
en llevar colgado del cuello.
Pero, no tengo éxito.
—Es para que me libre
de tentaciones, madre.
Dice mi hijo imaginario.
En este punto, querido lector,
no me tengas pena
por haberme imaginado un hijo.
Parra se imaginó un hombre
una casa y el amor de una mujer.
Mejor, tenme pena
porque por más que quiero
que mi hijo imaginario
se afiance a la razón
y deje de creer
en la inexistencia divina,
todas las mañanas
le sigo dando la bendición
en el nombre de su dios imaginario.

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De cuando me hice vieja

Me corté el pelo
las uñas y los zapatos.
Regalé las faldas
los vestidos
y aquellos libros de amor
que no sirven.
Me quedé
con unas enaguas de mi madre
su libro de cocina
una de sus batas de dormir
y a la espera de aquellos pantalones
que se quedaron en una gaveta
de su mesa de noche
en turno para que ella
les hiciera el ruedo.

 

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La vaca de Girondo

Me ha dicho el médico
que tengo laringitis.
Inclino mi cabeza y sonrío.
A veces hay que ser
condescendiente con los médicos.
Él argumenta que me ha enmudecido
una bacteria escondida
en los libros polvorientos
de la biblioteca
o en la gripe ocasional.
Pero, yo sé hace cuatro días
que tengo la vaca de Oliverio Girondo
en la garganta.
Cuentan que en sus viajes en barco
entre Argentina y España
el poeta llevaba su vaca
junto a la familia
para asegurarse que nunca
les faltase la leche.
Hace poco descubrí
en un test cibernético
que mi cuerpo es un barco que oscila
en las aguas que llevan a ninguna parte.
Hace mucho, otro médico
me diagnosticó intolerancia a la lactosa.
Desde entonces no bebo leche
pero hablo mucho.
No es de sorprender
que me haya convertido
en un barco que habla.
Yo sé que a Ulises
le hubiese encantado
amarrarse a mi cuerpo
y oírme contar chistes
o recitar poemas con rima.
Creo que alguna diosa griega,
argentina, española o caribeña
tuvo celos y quiso castigarme.
Por eso sé que la vaca de Girondo
se ha metido en mi garganta
y muerde con astucia mis cuerdas vocales.

Ya no hablo.
Ahora oscilo
entre las aguas
de este no lugar.

Iconos de la ufología

Se busca astrobiólogo
que dicte una conferencia
en el Congreso Mundial
de Fotografía del Espacio
.
Debe sufragar los gastos
de su propio billete de avión,
el hospedaje y los viáticos diarios.
La austeridad es un fenómeno intergaláctico.
Interesados favor de enviar
un retrato no alterado
en el que usted posa
junto a un Premio Nobel
o junto a la tumba
de un casi ganador del Premio Nobel
y sonríe.

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¿A dónde volvemos cuando salimos del trabajo?

Disculpa si suena redundante
preguntar por el lugar de retorno.
Desde que salí de mi casa
no he vuelto.
Cada vez que da la hora de salida
camino los pasillos del laberinto obrero
y llego a una casa a la que le faltan las piernas.
Ayer a las ventanas de la casa le faltaban los brazos.
A la puerta le faltaba conciencia social.
Ya me harté de llamar a las dependencias municipales
para indagar por los restos de esta casa que no es casa.
A la que no volví desde que salí de su cuerpo.